PRIMERA LOCA DE SANTA MARTA: a las fuertes brisas samarias que por temporada azotan la ciudad, el pueblo la bautizó "La Loca". Otros le dicen "La Tumba Palos" y "La Arrancapelo". Al Unión Magdalena le dicen "Ciclón Bananero", precisamente por las fuertes brisas samarias. Esta brisa loca fue gratificada con una canción que le grabó Joe Arroyo. De igual manera el poeta samario Alfonso Noguera Aarón, plasmó unos versos con el título de "La Brisa Loca".
Ese julio del año 1975, "La Loca", fue de lo más intensa, parecían el soplo de las brisas decembrinas, las más intensas, frías y fuertes del año. De modo que para el Trisesquicentenario (450 años de ser fundada la samaria), durante la noche de elección y coronación de la Reina Nacional e Internacional del Mar, las candidatas no se atrevieron a desfilar sobre la tarima de tres metros de altura instalada sobre la playa de la bahía, ante el miedo de ser tumbadas y lanzadas al mar por el viento huracanado de "La Loca".
MUJERES LOCAS: se considera a "La Pelúa", "La Tabaquito", "La Farifafá", las primeras mujeres locas de las calles de Santa Marta por los años Cincuenta. Después le siguieron "Rosarito", "La Chiva", "La Moña", "Abanico Loco", "Castalia", Julia, Irma, "Plegaria", Ana Monte, "Loca Cuarentiña".
La heroína loca.
En el año 1831, cuando la heroína samaria María Lorenza Josefa García Munive y Mozo, regresó con sus hijos del destierro en Jamaica, el mismo día de su llegada, en una corrida de toros que para la época se realizaba en la Plaza de la Catedral, un toro mató a su hijo, Miguel Dávila García.
María Lorenza Josefa García Munive y Mozo, se hizo célebre en el año 1814, porque compró a los guardias de la Fortaleza de El Morro, liberando a sus familiares y a otros 24 patriotas defensores de la causa bolivariana, que se encontraban presos en esa antigua cárcel samaria. Ese emprendimiento heroico, le valió el título de: “La Conspiradora y Libertadora de Presos". A raíz de la muerte de su hijo, por una embestida de toro, María Lorenza Josefa García Munive y Mozo perdió la razón: se volvió loca.
"La Farifafá", la de la flores de papaya.
Loca que se colocaba flores de papaya adornada con hojas de guarumo en la cabeza y se aprestaba a desfilar al lado de los militares y su banda de guerra. Su figura reseca de mujer curtida por los vientos de la vida y asoleada sin contemplaciones, se confundía entre la pasión de los ritmos musicales y su propia manera de interpretar los sonidos de las trompetas y saxofones con los cachetes inflados. Tendría algo más de cuarenta años, pero representaba el doble, con sus cabellos como su mente, desordenados.
Ana Monte.
Se ponía flores en la cabeza.
"La Tabaquito", la del tabaco en la boca.
Diminuta mujer de piel obscura y cabellos apelmazados por la mugre, siempre tenía un tabaco en la boca y una bolsa de papel en la cabeza, y llena de paquetes mugrientos, como si viniera de compras. Nunca hablaba ni se metía con nadie. Vivía por los lados del barrio Juan XXIII, concretamente en el barrio Santa Mónica. Tenía pinta de cachaca, y dormía de día como los murciélagos. Salía de noche, armada de una escoba de palito y un tremendo tabaco prendido entre sus dientes. Con la escoba barría las calles de Santa Marta.
Era hermana de dos locos: "Pegoste" y "Tabaquito", que murieron el mismo día. Los dos hermanos locos tiradores de piedras a los muchachos que le gritaban sus remoquetes. Tiraban tanto, que agotaban las piedras que servían de base a los durmientes de la línea del tren.
"La Pelúa", la que mostraba la cuca.
Era del interior del país y debió llegar en algún vagón del ferrocarril acompañada de su hijo "Meche", de escasos años, que permanecía con ella. También le decían "El Hijo de la Pelúa". Pequeña de estatura de rasgos indígenas y con una cabellera negra larga que le llegaba a la cintura. Recorría descalza toda la ciudad, alborotando los vecindarios tirándole piedra a los muchachos que la atormentaban y se alzaba la falda para mostrar su otra cabellera tan larga y negra como la de arriba.
Rosarito, la de los labios rojos.
La loca Rosarito, alegre y festiva, cuya vanidad de asiento eran los coloretes y labios de un rojo carmesí muy acentuado y manojos de trinitarias fucsias, blancas y moradas que llevaba con disposición sobre sus cabellos.
Irma, la cara pintada.
La señora que se sentaba en la puerta de un edificio al lado de Telecom, en la calle trece. Se echaba mucho colorete en la cara y usaba unas trenzas y un poco de tiras en el pelo.
Julia.
Una viejita que vendia pan y le decían "Julia dame el pan". Cuando le decían así tiraba piedras.
"La Chiva", la que murió en su ley.
Se montaba en los buses urbanos, y precisamente murió en un accidente de bus en el hoy barrio María Cristina.
"La Moño".
Se la pasaba por la carrera 21 con calle 11. Sufría síndrome de down.
"Abanico Loco".
Era retrasada mental.
"Plegaria".
Su oficio era repartir comida en portas enganchados en una vara larga por diferentes casas del centro de la ciudad.
"Loca Cuarentiña".
Era violenta, así le decían porque se parecía al futbolista brasilero Cuarentiña.
HOMBRES LOCOS: década del Cincuenta se encontraban en Santa Marta los siguientes locos: "Lucho Campempo", "Rasputín", "Pegoste", "Caimán", "Remigio", "Chevalier", "Primacho". Para los años Sesenta y Setenta, "El Loco Bermúdez", Remigio, "El Hijo de la Pelúa", "Zapatica", "El Viejo Montoya", "Cristo Viejo", "Armadillo", "El Loco Barón", "Blacho", "Loco Bueno".
Los locos del "Loco Arango".
El "Loco Arango, no era loco, pero como su vida la dedicó a recoger los locos de la ciudad y llevarlos al manicomio San Camilo de Bucaramanga, y al manicomio de Sibaté, Cundinamarca, desde entonces lo apodaron loco.
El "Loco Arango", hombre liberal, familia de los futbolistas Arango. Primero vivió en la carrera quinta con calle 4, sector llamado "Rincón Guapo", después tuvo residencia en el barrio Nacho Vives. Era un hombre querido en Santa Marta, razón por la cual la alcaldía municipal le encargó esa tarea de recoger locos y llevarlos a los centros psiquiatricos que para la época (años Sesenta y Setenta), no habían en la ciudad. Tenía buen tacto para manejar esta clase de personas, y para que no molestaran en el viaje, los amansaba inyectandoles prolixin. Murió en Santa Marta en la década del Ochenta.
Otro Arango loco.
Rafael Arango Medina, era otro que también le decían "El Loco Arango". Este frecuentaba los bares del sector de Pescaito, y en uno de ellos lo emboscaron, y le quitaron la vida con un cortapunzante. La razón, por andar metido en peleas de mujeres de la vida fácil. Ese triste suceso, truncó la carrera de un excelente futbolista samario. Era hermano de Carlos Arango Medina, y tío de Alfredo Arango Narváez, glorias del fútbol samario.
Víctor Montenegro.
Víctor Montenegro, era el propietario del restaurante El Olímpico, personaje que con ocasión de los 450 años de fundada Santa Marta, le encomendaron la tarea de recoger en la ciudad, los gamines y gente de la calle, con la finalidad de devolverlos a sus sitios de origen. Así fue como en tren desde Santa Marta a Bogotá, se despacharon en el año 1975, cientos de niños gramines.
"Pegoste", tres hermanos locos.
Dos hermanos agresivos, hermanos de "La Tabaquito". Al uno le decían "Pegoste" y al otro "Tabaquito". Locos que murieron el mismo día. Los dos hermanos locos tiradores de piedras a los muchachos que le gritaban sus remoquetes. Tiraban tanto, que agotaban las piedras que servían de base a los durmientes de la línea del tren.
"Chevalier", el que declamaba poesías.
Siempre con vestido entero de paño gris, decolorado, sucio y de una o dos tallas más grande, que era el remedo exacto de un cómico de las películas mejicanas: Clavillazo. Usaba unos zapatos de cuero, también muy grandes para su pie y zapateaba todo el tiempo, gritando cualquier pensamiento y declamando poesías de Amado Nervo. Recorría las plazas de San Francisco, La Catedral y el Mercado, convirtiéndolas en su escenario favorito. Incansable e inteligente, nunca se le conocieron familiares y desapareció un día, así de repente como vino. "Chevalier fue el primero que usó los pantalones super ancho, dicen que los cosía el mismo. Cuando estaba entonado repetía una palabra varias. Caminaba del puerto a Manzanares.
"Primacho", el de la fina memoria.
Angelito Palma era orador político y se sabía al derecho y al revés, las arengas del Tribuno del Pueblo Jorge Eliécer Gaitán; las consignas dogmáticas de Uribe Uribe; el testamento de Bolívar, y todos los recitaba con una asombrosa voz de trueno ante la mirada atónita de los parroquianos. Con solo oír por primera vez un discurso, se lo aprendía de memoria y repetía con impecable precisión y vehemencia, ya fueran alocuciones de Alzate Avendaño, las intervenciones de Arango Vélez o los Leopardos en el Senado de la República. Murió en el año 1953, un día en que, por los lados del puerto, encaramado en los cerros para hacer sus necesidades corporales, coincidió con la explosión de una dinamita, detonada para destruir precisamente la única defensa de la bahía. Era sobrino de Martinita Venegas, una señora que vendía tortugas en Santa Marta.
"Zapatica".
Dos hermanos inseparables que compartían su desequilibrio, con la eterna sumisión del uno al otro. Si llovía o hacia sol, el menor le sostenía el paraguas al mayor. Vestían de saco y corbata, algunos que en algún momento fueron blancos estaban entre amarillos y cremas, los obscuros se veían impecablemente desteñidos y viejos al igual que ellos, que parecían unas urracas parlanchinas. Inteligentes eso sí, declamaban, recitaban y sostenían conversaciones sobre política y cosa pública. Murió primero el mayor, dejando al menor desubicado y como un barrilete sin cola.
"El Loco Barón".
Primero fue agente de la Policía Nacional y vendedor de periódicos. Después ferviente Nachista, que empezó la política en la década de 1970, defendiendo la Revolución Cubana y la candidatura presidencial del General Rojas Pinilla. Su oratoria incendiaria por las calles de Santa Marta, principalmente en la Plaza de Bolívar, la coronó cuando en representación de las Juventudes Anapistas del Magdalena, habló en el Salón Rojo del Hotel Tequendama de Bogotá, el día que le devolvieron los derechos civiles al ex-presidente Gustavo Rojas Pinilla. Su obsesión y oratoria política lo llevó a que con el tiempo perdiera el conocimeinto, pero nunca dejó de discursear por las calles de Santa Marta, dándole vivas al Partido Liberal y a su mentor José Ignacio Vives Echeverría (Nacho Vives).
"Loco Bueno".
El samario que se volvió loco de tanto estudiar.
El loco "Daniel Santos".
Nació en la calle 10 (Calle Madrid), del barrio Pescaito. Lucía siempre un tremendo bigote, y era admirador del cantante Daniel Santos. Siempre paraba trabao con su pantalón blanco y zapatos de tacón cubano, cantando los boleros de Daniel Santos.
"Chajón".
No era loco, pero usaba y hacía cosas de personas locas, tan es así que le decían "El Calvo con Cadenas", porque carga el cuello y las manos adornados con cadenas y anillos de oro. Dejó de usarlas cuando unos delincuentes barranquilleros lo atracaron. Jugaba de arquero y cada vez que terminaba un partido regalaba el uniforme. Cuando terminaban los partidos de fútbol o llegaba a la cancha, tiraba la plata para que la gente la recogiera.
"Loco Caimán", el que se sabaleaba en la spozas septicas.
Otro de la misma comparsa, de tez morena, desdentado en la mandíbula superior, de pómulos salientes, cejas copiosas, se parecía mucho a Tintan, el de las películas. Inspirado en su conjetura salvadora, repetía constantemente su tarjeta de presentación oral:
- “La mujer que no se acuesta conmigo, se muere”.
Después como acentuando el epílogo de su consigna decía:
- “Para todo hay remedio, menos para la muerte”.
Cada vez que se metía su tabaco de marihuana en el barrio Pescaito, se creía una antorcha humana. Entonces salía corriendo hacia cualquier poza séptica y se tiraba en ella. Era un hombre alto, moreno claro, con una pequeña calva. Andaba dando saltos como si fuera boxeador, y bailaba sus guarachas imaginarias.
"El Viejo Montoya".
Cuando estuvo cuerdo, fue policía y estafeta. Leía en las esquinas los bandos y las resoluciones de funcionarios del Gobierno o de Jueces de la República y las multas que imponía la Inspección Norte a los establecimientos.
"Cristo Viejo".
Roberto era su nombre, y parecía un palo de tamarindo reseco, con tapa rabo, prácticamente desnudo y un semblante de tristeza y dolor, como el Redentor. La muchedumbre le gritaba:
- Cristo Viejo, Remienda Burra".
"Armadillo".
Se creía Policía de Tránsito. Paraba mucho por el mercado público. Tenía una fuerza impresionante para tirar peñones.
"Toñito Garrotillo".
Se caracterizaba porque tenía las uñas de los pies y de las manos demasiada largas. No le gustaba que lo apodaron con ese sobrenombre.
"Rasputín".
Se rapaba la cabeza con cuchillas de afeitar. Vivió siempre en el antiguo mercado ubicado en la Plaza San Francisco.
"Loco Remigio".
El "Loco Remigio", inofensivo, iba siempre gritando, pip pip, mientras desarrollaba una máxima velocidad al caminar yéndose todos los días a pie desde la calle treinta, donde vivía, hasta el río Bonda a bañarse.
Antaño en la bahía de Santa Marta, se construyeron unos bañitos públicos de madera pintados de amarillo, que eran de propiedad de Jorge Díazgranados, quien los arrendaba para que los bañistas pudieran cambiarse y guardar sus ropas. Estaban levantados con puntales y cada uno contaba con una plumita y regadera. El "Loco Remigio", que acostumbraba fisgonear a las mujeres por una hendija, se llevó la gran sorpresa, cuando Finita Noguera lo descubre y le puya el ojo con el pasador de su peineta, que le partió su vida en dos, antes y tuerto, después de ver a la dama en paños menores.
- En el antiguo estadero "La Fuente Azul", ocurrió algo similar pero con un tuerto "coge punta". Resulta que el tuerto Carlos trabajaba en el estadero y le cogía punta cuando se cambiaban de ropa las trabajadoras que laboraban allí. Una de ellas cansada de esa situación le tiró un tarro de aceite caliente en la cara: lo dejó ciego.
"Loco Bermúdez".
Vivía en Bonda.
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